Monsieur Elié es un hombre grande, serio y circunspecto. Tal y como uno se imaginaría a un poderoso brujo de la religión vudú. Las canas que empezaban a asomar en su barba conferían a su piel negra un aire intelectual. Pero sobre todo, y esto es importante, Monsieur Elié es un hombre poderoso en su comunidad.
Cuando llegamos a sus propiedades, nos encontramos con que el ex alcalde del pueblo trabajaba ahora a su servicio. Allí estaba así mismo el gobernador de la provincia, que también era houngan, y varios políticos y militares relevantes. No sólo de República Dominicana y de Haití, sino incluso oficiales de las tropas de pacificación de la ONU, que en aquellos días intentaban garantizar la seguridad en el país de los zombis. Como si eso fuese posible. Pero lo importante es que todos estábamos sujetos a la hospitalidad del houngan. El sacerdote vudú, en Haití, continúa manteniendo el mismo papel protagonista en la sociedad que antaño tenían los obispos cristianos, los lamas budistas o los sacerdotes del faraón, y sospecho que el poder no es la única característica que tenían en común.
Durante esos días conocimos más en profundidad el origen de Haití y de la religión vudú, palabra que viene de la lengua fon de Dahomey, y que significa «dios» o «espíritu». Y eso es lo que es realmente: un espíritu que envuelve todo Haití, influyendo en cada manifestación cultural o social de este pequeño país, el más pobre de América y tal vez del mundo. Ninguna manifestación cultural es más perdurable e influyente en la historia de un pueblo que su religión. Y en el caso de Haití es especialmente clara esa influencia. Cualquier acontecimiento, por casual que pudiese parecernos a los europeos, es interpretado en clave vudú.
Cuando llegamos a sus propiedades, nos encontramos con que el ex alcalde del pueblo trabajaba ahora a su servicio. Allí estaba así mismo el gobernador de la provincia, que también era houngan, y varios políticos y militares relevantes. No sólo de República Dominicana y de Haití, sino incluso oficiales de las tropas de pacificación de la ONU, que en aquellos días intentaban garantizar la seguridad en el país de los zombis. Como si eso fuese posible. Pero lo importante es que todos estábamos sujetos a la hospitalidad del houngan. El sacerdote vudú, en Haití, continúa manteniendo el mismo papel protagonista en la sociedad que antaño tenían los obispos cristianos, los lamas budistas o los sacerdotes del faraón, y sospecho que el poder no es la única característica que tenían en común.
Durante esos días conocimos más en profundidad el origen de Haití y de la religión vudú, palabra que viene de la lengua fon de Dahomey, y que significa «dios» o «espíritu». Y eso es lo que es realmente: un espíritu que envuelve todo Haití, influyendo en cada manifestación cultural o social de este pequeño país, el más pobre de América y tal vez del mundo. Ninguna manifestación cultural es más perdurable e influyente en la historia de un pueblo que su religión. Y en el caso de Haití es especialmente clara esa influencia. Cualquier acontecimiento, por casual que pudiese parecernos a los europeos, es interpretado en clave vudú.
A finales de marzo de 1995, por ejemplo, el presidente Bill Clinton visitaba Haití para asistir al «cambio de guardia» de las tropas norteamericanas por las de la ONU en el país. Más de cuatro mil haitianos se dieron cita en la plaza del Palacio Nacional de Puerto Príncipe para asistir al acto encabezado por el presidente y ex sacerdote católico, Jean-Bertrand Aristide, repuesto en el poder de Haití con la intervención de veinte mil soldados norteamericanos en octubre de 1994. Cuando el presidente norteamericano terminaba su discurso sobre la intervención militar en la isla caribeña, una paloma blanca, intuyo que amaestrada, se posó junto a su micrófono, lo que produjo que miles de personas estallasen en gritos y aplausos ante tan diáfana «señal de aprobación» de los dioses. Los loas del vudú habían aceptado a Clinton. Y con esa «inocente coincidencia» miles de haitianos dejaron a un lado su rencor por el nuevo invasor blanco, acatando los deseos de los dioses.
Y es que el vudú es el principal poder en Haití. Y nadie osará contrariar los deseos de los loas, o lo que se interprete como dichos deseos. Desde el héroe local Mackandal, pionero en la revolución haitiana contra los franceses en el siglo XVIII, hasta el general Cedrás, ningún dirigente haitiano se ha atrevido a descuidar la todopoderosa influencia de la magia y religión vudú en Haití, y el presidente Aristide no es una excepción. Lo interesante es que Aristide, antes de político, era sacerdote católico en la orden fundada por el mago san Juan Bosco. Quizá por ello conocía mejor que nadie la fuerza social de las creencias.
En julio de 1995 se entrevistó con varios houngans y mambos, y seguidamente anunció oficialmente la construcción de un gran templo vudú en la capital. De esta forma Aristide igualaba la religión vudú a otras religiones al otorgar a los vuduistas una «catedral» equiparable a las iglesias bautistas, los templos masones o las parroquias católicas que abundan en Haití.
Pero si ha existido un mandatario haitiano que ha sabido hacer uso del poder del vudú como herramienta política ése fue el mítico y tenebroso «Papa Doc», el doctor Frallois Duvalier. En 1954 el legendario Papa Doc publicó, en coautoría con Lorimer Denis, un monográfico titulado L'évolution graduelle du vaudou, y los conocimientos sobre el vudú de que hacía gala en aquella obra evidentemente fueron utilizados durante su carrera política.
Ya siendo un joven, y en compañía de otros intelectuales haitianos, editó un periódico nacionalista, Les Griots. En una época en que el gobierno quemaba los sagrados tambores vudús y otros objetos de culto y obligaba al pueblo a jurar lealtad a la Iglesia católica de Roma, Les Griots reivindicaba el vudú como religión y la rebelión contra los colonos americanos. No es de extrañar que Papa Doc fuese ganándose el apoyo de las sociedades secretas tradicionales, y que durante su campaña electoral de 1957 los hounfor sirviesen de cuarteles generales a su partido.
Inmediatamente después de acceder a la presidencia de Haití, Duvalier nombró comandante en jefe de la milicia al temido bokor (brujo) de Gonaïves Zacharie Delva, y comenzó a reivindicar el vudú como «religión oficial». Su guardia personal, una especie de «policía esotérica», eran los Voluntarios de la Seguridad Nacional (VSN), los temidos Tontons Macoutes, que se ocuparon de sembrar el terror en Haití. El nombre Tontons Macoutes (los «hombres del saco») proviene de un viejo cuento popular haitiano que amenaza a los niños traviesos con que su tonton (tío) se los llevará en su macoute (saco).
Todos los hounfor que se manifestaban contrarios al régimen de Duvalier fueron cerrados, y los rebeldes perseguidos. Según sus biógrafos, en 1963 Papa Doc ordenó fletar un avión especialmente para que le trajesen la cabeza del ex capitán rebelde Blucher Fhilgénes. Lo decapitaron y le llevaron la cabeza en un cubo de hielo. Y según los rumores que llegaban del palacio presidencial en Puerto Príncipe, Duvalier se pasaba horas contemplándola y consultando su espíritu en rituales secretos. Una imagen que podría recordarnos a otros grandes tiranos, como el mismo Hitler, obsesionados por sus creencias ocultistas. «El hombre habla pero no actúa. Dios actúa pero no habla. Duvalier es un dios», podía escucharse por las calles de Haití.
Papa Doc había tejido a su alrededor una terrible leyenda mágica gracias a su conocimiento del vudú, leyenda que nadie se atrevía a cuestionar y que permitió que la dictadura de Duvalier imperase a sus anchas en Haití durante décadas. Muchos campesinos creían que Papa Doc era una encarnación del temible Baron Samedi, señor de los cementerios. «No pueden detenerme, soy un ser inmaterial», dijo Duvalier durante uno de sus discursos en 1963. Y lo cierto es que su leyenda perdura, y algunos piensan que Duvalier es un loa, un espíritu de la familia Gede, un ser inmaterial que todavía puede manifestarse en algunos rituales de vudú haitiano. Sin duda Duvalier vivirá para siempre en el Zamadi, aunque no sea recordado precisamente por sus buenas obras.
Y es que el vudú es el principal poder en Haití. Y nadie osará contrariar los deseos de los loas, o lo que se interprete como dichos deseos. Desde el héroe local Mackandal, pionero en la revolución haitiana contra los franceses en el siglo XVIII, hasta el general Cedrás, ningún dirigente haitiano se ha atrevido a descuidar la todopoderosa influencia de la magia y religión vudú en Haití, y el presidente Aristide no es una excepción. Lo interesante es que Aristide, antes de político, era sacerdote católico en la orden fundada por el mago san Juan Bosco. Quizá por ello conocía mejor que nadie la fuerza social de las creencias.
En julio de 1995 se entrevistó con varios houngans y mambos, y seguidamente anunció oficialmente la construcción de un gran templo vudú en la capital. De esta forma Aristide igualaba la religión vudú a otras religiones al otorgar a los vuduistas una «catedral» equiparable a las iglesias bautistas, los templos masones o las parroquias católicas que abundan en Haití.
Pero si ha existido un mandatario haitiano que ha sabido hacer uso del poder del vudú como herramienta política ése fue el mítico y tenebroso «Papa Doc», el doctor Frallois Duvalier. En 1954 el legendario Papa Doc publicó, en coautoría con Lorimer Denis, un monográfico titulado L'évolution graduelle du vaudou, y los conocimientos sobre el vudú de que hacía gala en aquella obra evidentemente fueron utilizados durante su carrera política.
Ya siendo un joven, y en compañía de otros intelectuales haitianos, editó un periódico nacionalista, Les Griots. En una época en que el gobierno quemaba los sagrados tambores vudús y otros objetos de culto y obligaba al pueblo a jurar lealtad a la Iglesia católica de Roma, Les Griots reivindicaba el vudú como religión y la rebelión contra los colonos americanos. No es de extrañar que Papa Doc fuese ganándose el apoyo de las sociedades secretas tradicionales, y que durante su campaña electoral de 1957 los hounfor sirviesen de cuarteles generales a su partido.
Inmediatamente después de acceder a la presidencia de Haití, Duvalier nombró comandante en jefe de la milicia al temido bokor (brujo) de Gonaïves Zacharie Delva, y comenzó a reivindicar el vudú como «religión oficial». Su guardia personal, una especie de «policía esotérica», eran los Voluntarios de la Seguridad Nacional (VSN), los temidos Tontons Macoutes, que se ocuparon de sembrar el terror en Haití. El nombre Tontons Macoutes (los «hombres del saco») proviene de un viejo cuento popular haitiano que amenaza a los niños traviesos con que su tonton (tío) se los llevará en su macoute (saco).
Todos los hounfor que se manifestaban contrarios al régimen de Duvalier fueron cerrados, y los rebeldes perseguidos. Según sus biógrafos, en 1963 Papa Doc ordenó fletar un avión especialmente para que le trajesen la cabeza del ex capitán rebelde Blucher Fhilgénes. Lo decapitaron y le llevaron la cabeza en un cubo de hielo. Y según los rumores que llegaban del palacio presidencial en Puerto Príncipe, Duvalier se pasaba horas contemplándola y consultando su espíritu en rituales secretos. Una imagen que podría recordarnos a otros grandes tiranos, como el mismo Hitler, obsesionados por sus creencias ocultistas. «El hombre habla pero no actúa. Dios actúa pero no habla. Duvalier es un dios», podía escucharse por las calles de Haití.
Papa Doc había tejido a su alrededor una terrible leyenda mágica gracias a su conocimiento del vudú, leyenda que nadie se atrevía a cuestionar y que permitió que la dictadura de Duvalier imperase a sus anchas en Haití durante décadas. Muchos campesinos creían que Papa Doc era una encarnación del temible Baron Samedi, señor de los cementerios. «No pueden detenerme, soy un ser inmaterial», dijo Duvalier durante uno de sus discursos en 1963. Y lo cierto es que su leyenda perdura, y algunos piensan que Duvalier es un loa, un espíritu de la familia Gede, un ser inmaterial que todavía puede manifestarse en algunos rituales de vudú haitiano. Sin duda Duvalier vivirá para siempre en el Zamadi, aunque no sea recordado precisamente por sus buenas obras.
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